Más que real (II)


Noell Oszvald (1991)

Las cosas del mundo son más que reales porque soportan la carga de sentido que sólo nosotros somos capaces de conferirles.

Más que real (I)


Noell Oszvald (1991)

Soñar es necesario para que las cosas del mundo puedan llegar — finalmente y en consecuencia— a ser más que reales.

La estructura profunda de la casa (XV)


Bert Teunissen (1959)

Toda senda recorrida tiene sus oteros, sus lugares en donde es posible detener los pasos y apreciar, en el horizonte, lo que está por venir. La casa es un altozano de estos. Desde la casa, es posible entrever en el horizonte circundante una cuota razonable de futuro, de advenimientos deseables, de emergencias de lo nuevo. Es desde la casa que reemprendemos el camino, una vez que hemos podido vislumbrar hacia dónde dirigir la marcha.
Estar en casa, entonces, es ocupar una eminencia en el lugar en donde vivimos y es la oportunidad para dominar a nuestro modo el horizonte que ante nosotros de expande. El futuro suele desocultarse frente a la contemplación reposada desde la casa.
Porque es en el umbral de la casa en donde el horizonte comienza a despejarse para mostrar lo que vendrá. Es en umbral de la casa el lugar estratégico y oportuno para que emerja eso que estaremos esperando, con el apacible espíritu del que cuenta con un lugar al efecto.

La estructura profunda de la casa (XIV)


Bert Teunissen (1959)

Marchamos echando atrás la vida ya vivida, la que nos sigue de cerca, acechante tras nuestra espalda, hasta que llega el día fatídico en que tal vida extenuada nos alcanza. Así parece suceder con la larga marcha que iniciamos en la temprana edad: se detienen, finalmente, los pasos y se nos abre la sima tan profunda como jamás la imaginaremos. Nos caemos dentro de lo ya vivido.
En la casa hay lugar para la vida ya experimentada. Una estancia plena de recuerdos de lo que ha sido nos rodea con un tan discreto y como ominoso abrazo. En las honduras de la casa, en el fondo de sus cajones, atrás de los anaqueles, aguardan las cosas que alguna vez tuvieron un significado palpitante y ahora son relictos, piezas conexas del pasado. Sólo nosotros podemos llegar a saber de su íntima reunión, de su peculiar sentido. Sólo que nosotros lo sabremos siempre tarde.
Tras el umbral de la casa hay una región no ya secreta, pero muy reservada para la dimensión tanatotópica del habitar. Porque la mansión de los vivos también es la casa de los fantasmas de lo que ha sucedido. Es de cobardes y distraídos olvidarlo.

La estructura profunda de la casa (XIII)


Bert Teunissen (1959)

Estar en casa implica habitar con plenitud una atmósfera dotada de un tono aromático que la identifica y distingue. La peculiar manera de entender y desempeñar tanto la limpieza como la producción de los alimentos le confieren a la casa su condición de región más transparente del aire. Y esto de la región más trasparente del aire, expresión acuñada por el escritor mexicano Carlos Fuentes, no debe entenderse aquí en su diafanidad visual, sino olfativa. Estar en casa es asentarse en el lugar en donde las cosas dejan de oler, para transformarse en un fondo perceptivo.
El umbral de la casa es la instancia en donde el caos osmotópico del mundo cede al orden querido y debido por sus moradores. Los lugares de la casa guardan las fragancias que identifican más exacta y sinceramente a sus habitantes. En el umbral de la casa se inspira la carta de presentación de la casa.
Mientras andamos por el mundo, nos orientamos en un proceloso mapa de fragancias y mefitismos y sólo cuando trasponemos el umbral de nuestra casa recobramos la página que tenemos como documento en blanco, a disposición para inscribir nuestra impronta propia y que los demás apreciarán de modo por demás circunspecto.

La estructura profunda de la casa (XII)




Bert Teunissen (1959)

Solemos marchar por el mundo tal como se ofrece con las distintas inclemencias del tiempo, hasta que, cansados, ansiamos abrigo y reparo. La casa es, en su condición más entrañable, ese abrigo y reparo. Y esta condición es afectiva antes que física, porque la casa abriga y repara cuando se la divisa en la lejanía del camino, antes incluso de acceder en presencia a ella.
Estar en casa es una confortación moral, entonces y sólo luego térmica. Estar en casa es estar junto a los cuerpos queridos, sumidos en un calor conforme. Sin embargo, se tiene a la calidez doméstica como una figura retórica soportada sólo por la adecuada administración física energética. Pero en la estructura profunda de la casa debemos saberlo: es al revés.
Porque el umbral de la casa es el signo portador de ese significado. Porque es la puerta que abriga y repara la confortación necesaria, el abrigo y reparo afectivo, más allá que se pueda verificar, en los hechos, que la casa es caso de un bien temperado entorno. Porque el que ya comienza a animar la moral es el fuego sagrado y simbólico del hogar, antes que la provisión electromecánica del aire acondicionado.

La estructura profunda de la casa (XI)


Bert Teunissen (1959)

El umbral de la casa ampara tanto la provisión libre de la luz del día, así como su cuidadosa domesticación en el interior. La casa es un reloj de luz. La casa deja pasar el tiempo en la alternancia de sus fulgores y uno está allí, no tanto para contemplarlo, sino para vivir sumergido en su acontecer.
Porque estar en casa es verificar que todo está en su sitio cuando cambia la luz del día y de las estaciones. Estar en casa es dejar de ver las cosas para guardar prolija memoria de un semblante que es comprendido sólo con la habituación. Estar en casa es dejar de ver el mero aspecto de sus cosas para reparar en su carácter de espejo de la propia vida.
Por esto, las marchas por ahí son exploratorias, acuciantes, inquisitivas, mientras que en la casa se vuelven absortas. verificadoras y calmas. Por esto, las certezas sobre el mundo sólo se alcanzan con los pies, mientras que el sosiego del lugar propio sólo se consigue sentado y asentado.


La estructura profunda de la casa (X)


Bert Teunissen (1959)

El umbral de la casa es una región en donde el estrépito público cede ante los sordos murmullos de la vida interior. Para esto necesitamos una puerta bien sólida y contundente: para que deje atrás el bullicio, para que los cortinados se queden con las reverberaciones del tumulto propio y ajeno y la casa resulte algo sorda, muelle, apenas rumorosa.
Estar en casa implica hacerse amo y señor de la música y la declamación dramática de la vida. Estar en casa es estar en una reverberación justa y propia de ecos que subrayan a su modo lo dicho y lo cantado. Estar en casa es oírse la voz propia en el lugar especialmente temperado para ello.
Los andares ceden ritmos: afuera podemos correr frenéticos, pero en la casa nos podemos permitir errar con tiempos quedos. Deambular por casa es andar caminando por alfombras de discreción.

La estructura profunda de la casa (IX)


Bert Teunissen (1959)

La casa opera encantando y seduciendo. Tan enamorados estamos de ella que volvemos una y otra vez. Puede que ya no sea un enamoramiento adolescente y apasionado, sino maduro y taciturno. Así nuestros pasos siempre encuentran el camino de vuelta. Así tanto pavor nos da salir puertas afuera. Así la añoramos en la lejanía relativa. Porque siempre la llevamos puesta en la memoria menuda.
Estando en la casa nos gana una confianza, una segura calma que no suele acompañarnos fuera. A la altura del gesto nos aguarda, siempre igual a sí misma, la entrañable compañera. Estando en casa estamos en compañía tanto de nuestros seres queridos de carne y hueso, así como con las afectuosas fantasmagorías del recuerdo hecho presente en el tono de luz que se inmiscuye en el interior.
Porque por el umbral de las ventanas de la casa se cuelan las improntas en donde resplandece la vida vivida en la casa. Porque la vida en la casa es una recurrencia mansa de luces, penumbras y sombras que aprendemos a querer como cosa nuestra. Porque sólo cosas así pueden ser, en definitiva, cosas nuestras.

La estructura profunda de la casa (VIII)


Bert Teunissen (1959)

La residencia en la casa es todo menos estática. Habitar insume trabajo, fatigas, desasosiegos. Quizá por esto la paz doméstica nos es tan valiosa. En el momento en que podemos sentarnos en paz a disfrutar de la luz de la ventana es, en verdad, un premio a todos estos desvelos.
Si bien en la agitada vida pública es patente nuestra lucha por el sustento, no debe quedar invisibilizada la labor constante de construir y reconstruir un orden de cosas doméstico que exige esfuerzo cotidiano. Marchamos por la vida trabajando puertas afuera y trabajando en otro modo puertas adentro.
El umbral de la casa es la región que atravesamos —a diario y sin reparar apenas en ello— entre el labour y el work, que tanto interesaran en su distinción a Ágnes Heller.

La estructura profunda de la casa (VII)


Bert Teunissen (1959)

Los andares se realizan sobre territorios normalizados por distintos tipos de reglas. El mismo andar se sujeta a la alternancia nomotópica. Es en la casa en donde se desarrolla con mayor intensidad una continua y persistente fijación de normas. El orden político social no es sino un caso de la imposición de una arquitectura de reglas sobre los comportamientos, quizá a imagen y semejanza de la doméstica.
Dicen los ingleses My house, my rules. Y quizá tengan una profunda razón, ya que, mediante la estancia y la habituación, la costumbre consigue un imperio singularmente prolijo que no consigue el mismísimo orden social, siempre impreciso, siempre inconsecuente, siempre cuestionable. Pero en la casa cada cosa y cada gesto consigue su lugar, mediante la imposición de reglas de hondo consenso al que se someten de buen grado las voluntades y los cuerpos.
El umbral de la casa es una línea de contundente límite de un campo de juego.

La estructura profunda de la casa (VI)


Bert Teunissen (1959)

Es en el umbral de la casa que se abisma una dimensión propia de los interiores: la profundidad histerotópica, esto es, la profundidad que los habitantes debemos prospectar en las cavidades habitadas. Puede confundirse con la profundidad perspectiva, pero es crítica una diferencia. Mientras que la profundidad perspectiva se desarrolla en un medio diáfano en torno a la marcha libre, la profundidad interior sólo se consigue vivir con un meticuloso proceso de adentramiento a través de un medio que se resiste opacamente a su prospección. Traspuesto el umbral, es preciso desbrozar el lugar, vencer su resistencia, conquistar el lugar propio, hacerse uno el lugar.
La habituación de la estancia, la recurrencia de las irrupciones hace que la casa sea el lugar interior por excelencia, lugar de adentramiento real, imaginario y simbólico tan pleno como nos es dado conocer en la vida. La casa es en donde morosamente nos construimos un lugar propio y en donde aprendemos en las arrugas de la vida cuánto nos cuesta todo ello.
Así, las marchas de la existencia tienen un esencial diferenciación y alternancia. Por una parte, la marcha propia del viandante, por otra, la circunspecta intromisión del habitante de las cavidades. La arquitectura de la casa es el punto de cruce maestro entre estos dos andares.

La estructura profunda de la casa (V)


Bert Teunissen (1959)

Según vamos marchando por el mundo, vamos apropiándonos de ciertas cosas a la mano, con el fin de operar en la vida. La casa es el punto del camino en que concentramos, acumulamos y disponemos más cosas sujetas a los rituales de la manipulación. Se trata de una estación estratégica en donde recuperamos energías e informaciones sobre lo que nos acontece en el camino, así como consideramos reflexivamente las cosas del vivir.
Estando en casa es que nos rodeamos de una colosal parafernalia de chismes significativos que se nos confabulan con la empresa de existir. Así, nos circunda el atrezo, la arquitectura de cosas, cada una de ellas un auxilio en la tarea compleja de construirnos la vida. Cada una de ellas al alcance del gesto habitual.
La puerta de la casa es una frontera por donde circulan, a veces con frenesí, las novedades, las chucherías, las queridas cosas nuestras. Algunas se quedan por años y décadas, mientras otras vuelven a cruzar, raudas y hacia afuera, avergonzadas con su rótulo de desperdicios. Los umbrales de la casa deberían quizá contar con torvos aduaneros que nos recordasen, una vez sí y otra también: ¿Necesitas eso, verdaderamente?

La estructura profunda de la casa (IV)


Bert Teunissen (1959)

En las andanzas por el mundo, por lo general ancho y ajeno, sucede en la ocasión de la casa el verdadero lugar para experimentar, allí, la amplitud de lo propio. Llegar a un punto donde situarse uno a sus anchas es una de las fortunas de dar con la casa. Esta es aquella instancia en el camino en que la apertura del gesto mide, por excelencia, lo propio.
Estando en la casa, el aposentarse supone una expansión controlada del sí mismo. La estancia, entonces, es de un modo preciso, digno y decoroso, cosa amplia, o, más bien, una instancia de la más legítima demanda de amplitud. El confort elemental de una habitación se funda en el modo en cómo responde al gesto de la apertura de los brazos.
Estos ensanchamientos, corporales tanto como existenciales, tienen una crítica constricción en los umbrales. De una gran mansión a una humilde choza: todo empieza midiéndose con el ancho de sus puertas. Porque a una casa magnífica se le accede con un gesto de apertura no menos grandilocuente, mientras que, por la escueta puerta de una choza, uno apenas se inmiscuye furtivo y a veces hasta de costado.

La estructura profunda de la casa (III)


Bert Teunissen (1959)

En el deambular constante que implica la vida, hay una especial peculiaridad de una altura conforme de los ámbitos de la casa. El microcosmos doméstico tiene su firmamento situado a la altura moral de los habitantes. Estos extienden el lugar por sobre sus brazos en alto para alojar allí el tono general de compostura íntima.
En las situaciones de estancia, es hacia esta altura donde se elevan los sueños, las ideas, los deseos, tanto privados como compartidos. Mientras tanto, abajo, la vida se debate en afectos, esfuerzos y habituaciones. Estando en la casa, cada habitante hinca su constitutivo aquí sobre la tierra. Demorándose en la casa, cada habitante aprende a constituir un abismo de concéntricas esferas. Así como descubre la virtud de situarse, en ciertos puntos del laberinto que transita, haciendo suyos ciertos emplazamientos.
Pero en donde se estremece el sutil sentido de la altura en el habitante es en la trasposición de umbrales. Un inquietante signo estremece su cuerpo cada vez que atraviesa uno. Es con la puerta de la casa que nos instruimos para cruzar todo otro umbral con la circunspección debida. Bajando ligeramente la cabeza.

La estructura profunda de la casa (II)


Bert Teunissen (1959)

Una casa es un punto singular en la marcha de cada viandante.
A una casa puede considerársela una instancia sistemática de vuelta, de retorno de los pasos, de foco habitable de una profundidad perspectiva de la propia vida. Es desde la casa que se recupera las energías para retomar la marcha y es desde sus ventanas que adviene lo que vendrá. Pero, por mucho que nos alejemos, casi nunca perdemos la entrevisión fundamental de la senda del regreso a ella. La casa, así es un hito que hilvana sucesivos y crónicos circuitos de ida y vuelta.
La casa, por otra parte, es el escenario por excelencia de la estancia estratégica, el lugar en donde se aguarda, se guarda y se acecha y se cosecha. De todos los lugares en donde sentar plaza, la casa tiene un lugar jerárquico fundamental. Según se esté en casa, así se estará, eventual y circunstanciadamente, en el trabajo, en el estudio o en el entretenimiento.
Pero, con mucho, la casa tiene su instancia decisiva como umbral. En la puerta de la casa se unen y separan los conflictivos territorios públicos y los privados. En la puerta de la casa se asocian y oponen los lados interiores y exteriores de la existencia. En la puerta de la casa se dejan salir tanto como se confinan los ámbitos social y doméstico. La casa es ese contradictorio y ambivalente umbral que atraviesa la profundidad perspectiva del habitar.


La estructura profunda de la casa (I)


Bert Teunissen (1959)

Tiempo ha1, en este blog se preguntaba por una apenas entrevista estructura profunda de la casa.
En aquella oportunidad, se aclaraba que no se trataba de la estructura física de la cosa construida, sino de la constitución relacional de la intimidad protegida, esto es, el entramado de vínculos comprendidos por las personas entre sí y con la casa que pueblan, constituyendo una entidad microsocial que aún solemos denominar familia, por lo general.
Ahora parece oportuno dar cuenta de cada una de las dimensiones humanas de la casa, medidas por las actividades que en ella desempeñan sus habitantes

1 Publicado el 13 de agosto de 2019

Lo que quedará de nosotros


Peter Tonningsen (1960)

En esta ocasión, la técnica del fotógrafo ha conseguido borra toda traza de vida humana para que apenas si subsista la acumulación de cosas construidas.
Esto es una naturaleza muerta.

El instante decisivo


Christian Coigny (1946)

No hay nada en este mundo que no tenga un momento decisivo
Cardenal de Retz, citado por Henri Cartier-Bresson

La luz dibuja, incansable. Hasta que el fotógrafo descubre el instante decisivo.
Es entonces que las cosas revelan sus secretas afinidades, sus cualidades más circunspectas, sus silenciosos conciertos. La magia de la fotografía consiste en un hurto furtivo de instantes. Tal contravención no penable por la ley se vuelve virtuosa cuando nos permite reparar en aquello que el flujo del tiempo trata como evento efímero y que la conciencia apenas registra en su crónica desatención.
Es por obra del escamoteo de momentos decisivos que podemos aprender a volver al manar de la vida con unas contundentes advertencias sobre la contextura sosegada de las cosas.

Conatos (II)


Christian Coigny (1946)

Sólo cuando el atrezo está compuesto es que la vida puede tener lugar.
El atrezo se compone según la adecuación funcional tanto de los elementos en sí como en sus relaciones mutuas, también según las reglas de la etiqueta que dan la nota de dignidad a cada situación y según, en fin, a las previsiones del decoro. De esta manera, las cosas útiles de la vida ofrecen al habitante unas estructuras mediadoras entre los lugares físicos y las coreografías cotidianas. Pero aún es sólo un conato de vida.
La vida sucederá sólo cuando el habitante tenga lugar en su mesa, afirmado en su silla, sirviéndose de su mesa cubierta por el decoroso mantel y asistido por su servilleta. La vida sucederá cuando los objetos consigan significar, en los hechos, lo que portan como signos. La vida sucederá en ocasión en donde los cuerpos de las personas afirmen y nieguen, a la vez y con su presencia inquietante, el orden necesario de las cosas.