Integralidad sensible


Else Simon (1900-1942)

Las personas, en compromiso de habitar, integran coherentemente sus sensaciones. Esto les permite, literalmente, tener lugar.
Puede pensarse que tal integración se deba a la operación de una suerte de protosentido fundamental —que según algunos bien podría ser el tacto— que aunaría los influjos sensibles especializados, tales como la visión, la audición, el olfato, el gusto y el tacto. También pudiera pensarse en una suerte de virtud sistémica que tuviesen las sensaciones particulares, las que se integrarían por sí mismas según el producto interno de sus mutuas interacciones, más que por su pura agregación algebraica. Pero también puede pensarse en una función sensible superior, no asignable a algún sentido conocido en particular, que sea responsable que nuestro mundo nos sea inteligible por más caótico que se presentasen las sensaciones específicas.
No puedo hoy optar decidida y fundadamente por alguna de estas tres opciones, pero una muy vaga sospecha me conduce a considerar con cierta atención reflexiva la última.

¿El tacto como madre de los sentidos?


Connie Imboden (1953)

Tanto Juhani Pallasmaa (2005) como Ashley Montagu (1986) han desarrollado en extenso y ahincadamente la defensa del sentido del tacto.
Ante el imperio cultural del llamado oculocentrismo (el dominio operativo y simbólico del sentido de la vista), se reacciona oponiendo argumentos que rescatan al tacto como un sentido especial y a la propia piel como órgano sensible primordial. Forzoso es examinar con cuidado tales aportes con el fin de comprobar, de primera mano, la solidez de estas tesis. Con mucho, el señalamiento de una diferencia crucial entre la vista y el tacto puede inclinar la balanza de las consideraciones al respecto. Mientras que la vista guarda una relación distal con lo percibido, el tacto opera siempre proximalmente. Esta diferencia puede resultar decisiva en el caso de la percepción habitable, ya que aquello que efectivamente habitamos, necesariamente se constituye mediante una disponibilidad inmediata, próxima y envolvente.

Multisensorialidad de la pasión habitable


Frederick H. Evans (1853-1943)

El cuerpo recibe los influjos del lugar y los procesa con el conjunto estructurado de sus sentidos.
En contra de lo que es habitual considerar, la percepción visual no es la única responsable de nuestras vivencias entrañables de la arquitectura. Y quizá ni siquiera sea el sentido de la vista el medio más idóneo para cargar con el compromiso de la síntesis multisensorial.
La pasión habitable se experimenta con toda la sensibilidad, la que se estructura de un modo en que no comprendemos bien en la actualidad. De ello se infiere que los perceptos del lugar son de suyo complejos, aunque coherentes y significativos. Es tiempo de arriesgar la hipótesis que enuncia que hay una sensibilidad múltiple del cuerpo específicamente estructurada, al menos para dar cuenta de las vivencias de las personas en el lugar que pueblan.
De esta hipótesis se desprenden ciertas derivaciones importantes. La primera es que es preciso atender y considerar en todo su potencial y realización efectiva el aporte de todos los sentidos. Al respecto, es ejemplar el estudio minucioso realizado por Juhani Pallasmaa en su Los ojos de la piel (2005). No se abundará aquí en tal aspecto. El segundo corolario de la hipótesis es que la sensibilidad, a nuestro respecto, se presenta estructurada, esto es, compuesta de modo complejo, coherente y finalista. La tercera deriva es la que considera que el habitar supone una disposición sensible específica que es preciso estudiar y cultivar.

La vocación de autenticidad del lugar


Paul Strand (1890-1976)

Hay en todo lugar una tercera vocación, que es la que aboga por la autenticidad.
Tal autenticidad es producto superior de la síntesis de la plenitud viva propia del lugar. Es una virtud que debe ser aquilatada en su valor, cuidada éticamente y cultivada con esmero por parte de una arquitectura humanista. Porque la fuente de sentido genuino de los lugares habitados es la excelencia en resultar una cabal fisonomía de las personas que la pueblan, una expresión superior de su cultura y su proyección de futuro como civilización.
No hay logro científico, ético y artístico más valioso y perdurable que la autenticidad intrínseca de los lugares.

Tener lugar, hacer lugar, haber lugar


Lewis Hine (1874-1940)

Hemos llegado al punto en que se vuelve oportuno aplicar verbos al sustantivo lugar, a los efectos de apreciar las acciones, las actividades, las ceremonias del habitar.
Ya hemos anticipado ciertos aspectos de la locución tener lugar. Cuando tenemos lugar experimentamos una proyección desde el sitio que ocupamos sobre el cuerpo. Experimentamos el lugar, como afirma el tópico, en carne propia. Padecemos sus inclemencias y nos arropamos en su cobijo. Tomamos de éste lo que nos conviene y nos recluimos allí. Tener lugar es diferente a poseerlo; en realidad, cuando tenemos lugar éste es el que nos posee a nosotros.
Diferente cariz lo tenemos en la expresión hacer(se) uno un lugar. En tal caso, es el cuerpo que proyecta su designio y acción sobre el lugar. El hacerse un lugar es la operación arquitectónica por excelencia, que proviene de todo mínimo y fundamental acondicionamiento que busca el acomodo siquiera precario del cuerpo en el lugar. Supone una disposición de las cosas según éstas resultan compuestas y a la mano para imperar el cuerpo en el lugar hecho, ahora sí, suyo.
Pero un sentido nuevo y singularmente interesante lo obtenemos del enunciado haber lugar. Cuando decimos que algo o alguien ha lugar significamos que hace presencia en la oportunidad que le corresponde a un orden de cosas —o del discurso que da cuenta de las circunstancias—. Haber lugar es detentar con plenitud, existencia y autenticidad, la titularidad del sitio efectivamente poblado en la trama social de circunstancias que confiere a la vida su cuota de sentido. Porque todos los existentes, desde el más encumbrado prohombre a la más humilde de las criaturas humanas tiene como dignidad intrínseca su propio e irrenunciable haber lugar.

La vocación de vida del lugar


Romualdas Pozerskis (1951)

Al poblar los lugares, las personas conferimos a la vocación de plenitud de todo lugar, la sustancia de esta integridad: la colmatamos con nuestra propia vida.
En efecto, todo lo que necesita la vida humana es tener lugar, esto es, desarrollarse en unas situaciones y circunstancias concretas. Mientras que en el ambiente se encuentran las condiciones que hacen posible la supervivencia biológica, en el lugar se hallan las condiciones para que esta se desenvuelva como existencia, esto es, vida humana. Así es que los lugares se pueblan con identidades, con referencias y con memorias. Así es que los lugares se desenvuelven ellos mismos como estas identidades, referencias y memorias. Así es que los lugares acogen tanto las palpitaciones, los rumores y lo goces de los juegos humanos, así como se conforman y configuran según las personas se hacen lugar.
Así es que los lugares cultivan su plenitud como también su vocación de vida.

Vivencias


Johan van der Keuken (1938-2001)

Los influjos del lugar y las marcas de éstos en el cuerpo se sintetizan superiormente en vivencias.
Llamamos aquí vivencias a experiencias vívidamente inscritas en los sujetos que resultan en estructuras complejas de memoria, sentido e imaginación, en lo que toca a instancias de la condición humana de situación y acontecimiento. Estas experiencias de vida enseñan al sujeto la constitución efectiva de situaciones y acontecimiento, lo aleccionan acerca de valores y producen aprendizajes instrumentables a lo largo del curso de una vida. Tales vivencias, más que agregar elementos, suponen estructuras coherentes y significativas que informan a la memoria, confieren sentido a lo vivido y sirven de soporte sustancial a la imaginación.
Es a partir del análisis concienzudo y profundo de las vivencias del lugar que será posible entender y atender a las solicitaciones de la demanda social en lo que toca, entre otros aspectos, a la arquitectura de los lugares.

Improntas


Johan van der Keuken (1938-2001)

Los influjos del lugar resultan en marcas sobre el cuerpo.
El cuerpo es el palimpsesto en donde se escriben las geografías e historias de lo vivido. El cuerpo, hollado por el lugar, delinea a su modo los mapas y crónicas cognitivas. Y, ya se sabe, se llega a un punto en que no se sabe distinguir con claridad el territorio de su mapa, la res gestae de la historia rerum gestarum. Los mapas y las crónicas se retrovierten sobre el lugar y ya no estamos seguros de las precedencias: ¿el territorio precede al mapa? ¿la crónica del uno mismo precede acaso a su historia factual?
El mundo es acaso lo que aprendemos de él mediante las marcas del lugar en el cuerpo. Mientras tanto, no dejamos de inscribir improntas en el lugar mediante nuestros cuerpos marcados.

Influjos


Johan van der Keuken (1938-2001)

Desde el lugar operan influjos sobre el cuerpo.
Diversas formas de materias, energías e informaciones operan sobre el cuerpo, afectando su sensibilidad tanto como su entendimiento. Se experimenta diferentes avenencias con el ambiente, de donde resultan asimilaciones, homeostasis y reacciones. Puede afirmarse que vivir es, de modo concreto, interactuar dinámica y sosteniblemente con el ambiente, aprendiendo de tales operaciones. ¿De dónde proviene la inveterada costumbre de disociarnos del lugar, recluyéndonos apenas en la envoltura de la piel, si esta es apenas una frontera lábil entre nuestro organismo y el ambiente que nos ampara? Las personas son unas con sus circunstancias y resultaría enojoso —si no imposible— pasar un bisturí analítico entre el ser y sus circunstancias. Ahora bien, si esta operación se muestra como descabellada, ¿por qué tratamos a la arquitectura divorciada como cosa apartada de quienes la habitan?


La vocación de plenitud del lugar


Linda Butler (1947)

Cuando una persona puebla un ámbito, lo colmata con su presencia vital, lo vuelve tan palpitante como pleno en su condición.
Mientras que los sitios manifiestan su condición en términos de vacuidad, de receptáculo, de potencias, los lugares se presentan llenos, ocupados, concretos y palpables. Cualquiera puede irrumpir en un sitio, pero para ingresar a un lugar hay que solicitar el permiso correspondiente. Un sitio se constituye en un aviamiento del espacio y el tiempo, mientras que un lugar siempre supone una suerte de esfera de relativa clausura. La apertura de un sitio supone un desbrozamiento, una negación inaugural, un espaciado o cesura. Pero la apertura de un lugar es asunto diferente: es preciso trasponer circunspecto unos umbrales, contar con la aquiescencia del locatario y disponer de sendas de adentramiento con precisas indicaciones de detención. Los lugares cultivan una vocación intrínseca de plenitud.

Precisiones sobre el término lugar


Jerome Liebling (1924-2011)

Puede parecer que el término lugar es más vago e impreciso que, por ejemplo, la mención específica del destino funcional del ámbito en que nos encontramos, tal como sala o alcoba o incluso camino.
Sin embargo, cuando expresamos algo como: Tengo lugar en la sala, o Me he hecho un lugar en la alcoba, o marcho ahora por el camino, entonces proferimos una aserción plena de sentido específico que indica con exactitud y plenitud una situación y una circunstancia.
Porque cuando mencionamos el carácter de lugar hacemos referencia a palpitantes realidades plenas de vida concreta, en vez de contentarnos con la pura indicación de sitios.

La relación finalista entre el habitante y la contextura efectiva del lugar


Sonia Handelman Meyer (1920)

¿Dónde identificarse uno si no es en su propio lugar? ¿Dónde constituir un orden de referencias en el mundo si no es respecto al lugar propio? ¿De qué guardar memoria si no es de la peculiar contextura finalista del lugar que poblamos?
El sentido de la presencia anida en la vocación finalista del lugar. Somos aquello que somos de un modo concreto teniendo lugar, esto es, ofreciendo un semblante resguardado en el paisaje que nos circunda. Hacemos presencia en el lugar que nos aloja.
Pero también el lugar concreto ocupado por el cuerpo constituye el soporte de nuestro orden referencias que no permite andar por el mundo. Allí a donde nos dirijamos, lo haremos munidos de un hondo mapa cognitivo que tiene su crítico avatar allí donde constituyamos nuestro lugar en las circunstancias. Por ello, todos los mapas callejeros indican, con notorio énfasis, el punto en donde Usted está aquí.
Por otra parte, la contextura efectiva de nuestro lugar es la matriz en donde todas las historias y geografías pueden tener efectivo desarrollo e incumbencia subjetiva. El lugar, en definitiva, se superpone, en la conciencia, a la memoria del lugar.

El cuerpo como ley interior del habitar


Tošo Dabac (1907-1970)

Las prácticas corporales son las que confieren sentido al lugar.
Sin éstas, el espacio y el tiempo se prodiga en meros sitios que apenas son lugares en potencia, vacías disponibilidades del ser.
Así, los sitios apenas si se desbrozan para que la marcha de las personas los transforme en esos lugares que llamamos sendas, caminos o avenidas. Así las oquedades se ofrecen para que la demora de las personas allí las consagre como estancias, habitaciones y ámbitos. Así los sitios se abren y clausuran para que sean las trasposiciones de las personas las que funden allí umbrales.
Los lugares son constituidos por el cuerpo como ley interior de su habitación.

El cuerpo como actor y como escenario


Stanisław Julian Ignacy Ostroróg (1863-1929)

El cuerpo es un actor protagonista de una fecunda complejidad de lo vivido por las personas en los lugares.
El cuerpo hace lugar con sus gestos, acciones, ceremonias y trabajos. Por ello, al reparar en cualquier persona hacemos centro, también necesariamente, en el lugar que puebla. Por ello, al apreciar cualquier lugar positivamente definido, debemos reconocer, comprender o aun sospechar la persona que le confiere existencia y sentido. Por ello, no podremos nunca observar consecuentemente una arquitectura si no consideramos, a la vez, a las personas que las ocupan.
Pero el cuerpo también y simultáneamente es un escenario de lo vivido. A título de influjos, de improntas y de vivencias, el lugar es introyectado hacia el cuerpo. Allí anida el lugar, en el receptáculo que le ha conferido imagen y semejanza. Y desde allí se vuelve a proyectar hacia el entorno, como si de un espejo se tratase.

Tener lugar


Henri Cartier-Bresson

Si uno se detiene a reflexionarlo, las personas experimentan cada una a su manera una pasión del lugar que pueblan.
El mundo nos pone en nuestro lugar mediante influjos, esto es, materias, energías e informaciones que dan cuenta de un cierto rigor, una cierta inclemencia, un cierto ensañamiento de las situaciones y los acontecimientos sobre nuestros cuerpos. Las situaciones y los acontecimientos fluyen raudos hacia nuestro interior más recóndito, conmoviéndonos el ánimo.
Tales influjos dejan marcas, señales, improntas sobre el cuerpo. La letra del mundo entra a golpes de aprendizaje. Por ello es que el tiempo nos siembra así el semblante y aún la contextura interior de memorias en forma de arrugas, de rictus, de frunces.
La composición coherente de influjos e improntas constituye lo que experimentamos como vivencias. Así, las situaciones y los acontecimientos se imprimen en la geografía e historia del cuerpo. La pasión del lugar que vamos ocupando día a día se superpone con la historia vivida. Eso es tener lugar.

El cuerpo como estructura estructurante


Stanisław Julian Ignacy Ostroróg (1863-1929)

El cuerpo se deja imaginar como una estructura estructurante o radiante que proyecta sus medidas y sus proporciones sobre el lugar. Tales medidas y proporciones no son exclusivamente métricas tales como la profundidad perspectiva, la altura y la amplitud, sino que comprenden todas las dimensiones en que opera el cuerpo. Al conjunto coherente de tales dimensiones hemos dado en llamar estructura fundamental del lugar.
Por otra parte, el cuerpo estructura el lugar según formas y figuras. Esto es, conforma con acciones, usos y ceremonias diversas vocaciones funcionales que califican los lugares, tanto como configura escenarios en donde tales vocaciones consiguen emerger fenoménicamente ante los sentidos.
En definitiva y mediante la facultad imaginativa, el cuerpo remata su labor haciendo de las figuras sensibles del lugar significantes portadores de significados comunicables. El cuerpo, así, habla y escribe el mundo

La necesaria antropología del cuerpo


Francis Meadow Sutcliffe (1853- 1941)

Es muy posible que para la antropología el cuerpo debe constituir una suerte de abismo temático.
En virtud de esta sospecha es preciso aquí señalar una demanda extradisciplinar propia de la arquitectura y de la Teoría del Habitar. Desde aquí requerimos una antropología del cuerpo según éste tiene efectivo lugar. Esto quiere decir atender a la realidad concreta del cuerpo viviente de su situación y acontecimiento, tanto en las cruciales instancias de la existencia, así como en su decurso cotidiano. Una antropología de los cuerpos acechados cuando hacen presencia y población en las sendas que transitan, en las estancias en donde se demoran, en los umbrales que trasponen.

El cuerpo y sus significados


Stanisław Julian Ignacy Ostroróg (1863-1929)

El cuerpo es donde se experimenta de forma concreta la pasión del mundo efectivamente vivido. El mundo se manifiesta mediante afecciones tan placenteras como dolorosas en la totalidad palpitante del cuerpo. El mundo nos arruga, nos percude, nos fatiga.
Recíprocamente, el cuerpo construye el mundo a su imagen y semejanza. El mundo muestra sus aspectos según lo interroga y comprende el cuerpo. La mirada constituye su paisaje, la escucha consagra su estrépito, la piel le confiere sus cualidades asibles y palpables. Las fuerzas del mundo son las efusiones de nuestros trabajos y nuestros días.
Y como el cuerpo es, en definitiva, el umbral en donde se cruzan ambas operaciones, así entonces el cuerpo se imagina a sí mismo. Según la cadencia de flujos, de trasposiciones, de sentidos. Así se nos figura el mundo, así se nos figura el cuerpo.

Operar con el espacio u operar con los lugares


Henri Cartier-Bresson

Muchos arquitectos operan —tanto cuando proyectan, así como cuando construyen— en un espacio euclidiano homogéneo, vacante y amorfo. Se aplican a conferirle forma a través de la coexistencia coherente de elementos constructivos tales como suelos, paredes y cubiertas. Sólo cuando el proceso de diseño se ha cumplimentado en la entidad proyectada, el espacio adquiere vocación de forma, la que sólo se materializa efectivamente mediante la construcción acabada. La vida, entonces, viene después.
Pero operar arquitectónicamente con lugares implica formas de concepción, proyecto y hasta construcción e implementación diferentes. En primer lugar, porque no se opera en un espacio abstracto, sino en entidades concretas con características de campo espaciotemporal, afectadas desde un principio por la presencia y población humana. Los lugares son heterogéneos, poblados y estructurados. El arquitecto que opere con lugares no modelará una entidad amorfa, sino que comenzará por reconocer la estructura peculiar del lugar, comprenderá las secuencias de trasformaciones deseables, oportunas o forzosas, los acondicionamientos efectivamente demandados y obedecerá a la vocación de forma del lugar habitado, según las solicitaciones propias del habitante y de sus circunstancias allí y entonces. La vida humana ha tenido lugar desde el principio.

La conceptualización del lugar como la primera herramienta de análisis tanto como de síntesis


Elio Ciol (1929)

La Teoría del Habitar se centra y rota en torno a la conceptualización rigurosa del concepto de lugar.
Es una idea primera y fundamental. El lugar puede definirse como un campo —esto es, una estructura espacial y temporal— significativo para la habitación humana. Esta estructura espaciotemporal constituye un concepto singular tanto en el desarrollo analítico de la Teoría del Habitar tanto como en su necesaria síntesis operativa.
Porque hay que pensar y discurrir en términos de lugar para luego dar forma y figura a las más diversas transformaciones ambientales que se sintetizarán finalmente como lugares.